Busco esa manera
de decir sin balbucear
y no la encuentro,
no entiendo el mecanismo,
la rueda eterna que mantiene vivo al engranaje
de la cruel y sagrada comunicación.
No logro comprender el norte y abismo
de este racimo de verbos que no llegan,
no alcanzan para ser genuinos
con la ferocidad de mis noches
que se pasan buscando
el verbo exacto,
aquel que me nombre y te acerque,
que te evoque o devuelva
a este naufragio de anhelos míos
que nunca te tocan
desde el umbral de un silencio
absurdo de los días que van yéndose
mientras va quedando nada
que revolver
y entonces
este burdo misterio se disipa,
se escurre entre los abecedarios,
y los mapas y las agendas y los relojes,
y me siento la imposible domadora
de mis propias pasiones.
Voy a tocarte el hombro un mediodía
como si fuera un niño perdido en la multitud
-y es que me siento niña-
y tendré que invitarte a que te quedes.