"Ya voy a encontrar
el neologismo que nos falta",
no fue entonces por puro goce de la risa,
mejor buscábamos llorar
o incluso apenas
una filtración lacrimógena
como un principio
de sed inversa o extensa,
sin querer hacernos cargo
todavía
que nuestro reloj marcaba
con su aguja dispar
un dial sintonizado
del horario de la lágrima.
No sabía bien cómo explicarte,
a veces las palabras son mudas.
Los números y las lágrimas
tienen una relación muy perspicaz
cuyo lenguaje se les escapa
a tantos hombres -por no osar
de la soberbia de decir todos-.
Llorabas un numerito en el baño
y sin embargo,
las paredes hacen eco
como ahora.
Ahora,
sólo ahora,
todos los minutos
-llenos y a veces llenos de falta-.
Porque son los remolinos
los que tienen que aprender
a volar tan alto
como nosotros.
Y aunque encontremos
nuevos neologismos,
sabemos que detrás de ellos
estamos nosotros.
Aunque ya no digamos plataforma
pero me mires
como si buscaras en un dedal
cuando estás detrás de la puerta.
Estamos siempre llegando, nene,
siempre volviendo a fundar un plural
que no necesita ningún neologismo ya
porque el mejor lenguaje
es el que leemos en nuestra piel,
ese que se nos sale por los ojos.