jueves, 14 de febrero de 2013

Menos tarde. (Tan temprano no habrá de llegar nunca)


Triste es eso
de tener que salir a refregarse
los ojos contra las puertas
y nunca
las manos contra la piel.

La sombra de un hombre
desciende sobre mí
y se refleja
en mi costado, 
luminoso.

Vos estás del otro lado,
ocho pisos arriba del asfalto
o en un bar
o en cualquier parte,
o quizás a milímetros que rozan en el pasto.

Por la barranca caigo yo.
Después te nombro
o escribo versos
que no leerás.

Mi máquina
corazón, que es roja
como la sangre,
aunque mi alma anhela
amar en sepia,
palpita teclas,
tinta sino pulsión de muerte.

El whisky se vuelca
en las orillas de tus ojos 
que serán eternos
y claros
como el sol atardecido.

O seré yo
que otra
o quién pudiera.

Antes, el delito
de soñar con mi destierro
y que el exilio
no habrá de ser amargo
si te encuentro
entre las horas
y el suspiro.

Antes, el milagro
de que un día tu puerta se abra
para mi.

Antes, el sacrílego deseo.
Ahora, la piel muda
o el espanto en la sonrisa
o la viuda con su espejo
o la mosca en el abismo
o el zapato en el invento
de ser parte de tu patria
que es exceso.

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