martes, 11 de junio de 2013

Horizonte del oído tinto.


Aunque alguno diga
que esto suena
a declaración de guerra,
cuando leemos las líneas tímidas
de la poesía:

declaramos el amor,
la tormenta, el otoño,
las manos de una madre
o del olvido.

Declaramos el tedio
y la tortura,
la lluvia antes de entrar al cine,
las manzanas y los parques,
los niños y sus barriletes.

Los viejos con sus cuentos,
la muerte y sus amigos,
la desdicha del iluso
o el desengaño del filo.

Mas no importa,
no por eso dejamos
de destapar un vino
y atacar la deshora
y escribir el exilio.

Y leer en voz alta
nuestra declaración de guerra,
porque tal vez tenga razón
aquel que aquello dice.

Porque nos empeñamos
la sangre para usarla de tinta
y dejamos el alma
en la tapa de un libro;

y tal vez ese libro
ya perdido en los años,
por nuestro grito de guerra
un día se haya escuchado.

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