Es toda la angustia otra vez en la almohada, en los párpados
cansados, en la casi lágrima, en la casi búsqueda, en mi casi sonrisa de
cordialidad de oficina. Es otra vez toda la angustia, y la furia. Es otra vez
esta manía de puños cerrados y de pasos solitarios. Es este juego de sombras
multiplicado, de sol que no sana las penas. Es este miedo sin nombre ni objeto
que llamo mío. Es esta botella de vino en un mueble que sigue sin abrir porque
no hay con quién brindar, o lo que es peor, porque no hay por qué. Y este
recuerdo de todos los trenes en los que huí del amor y los amantes. Es esta
carta dada vuelta que evoca a esa carta que me dejaste entre las frutas de la
mesa y que ni la mudanza me devolvió. Es eso de irse siempre y no tener a dónde
volver. Y es mirar otra vez a las esquinas que fueron horizonte de mi barrio.
Es esa ventana, la de ese balcón que me vio tantas noches bailar hasta lograr
los pies negros para ganarle a la tristeza. Y es la copa de ese árbol que me
dejó un poco de verde entre el gris del asfalto para hacerme creer en la fuerza
de la vida. Es eso que no le dije a nadie y que ensayé frente al espejo ya mil
veces. Es otra vez la escena de mis sueños en la que le explico a mi jefe las
cosas por última vez. Y es también esto de querer salir corriendo hasta tus
brazos o hacia unos brazos cualquiera que me aprieten fuerte un buen rato para
que en el suspiro que hay después se vaya toda la impotencia. Es el imperioso
deseo de mandar a todos los cobardes a la mierda y de no tener que irme con
ellos. Es todo lo insoportable del peso de saber que no hay un dios ni un
destino al que culpar. Y el escalofrío de las hojas en blanco que no pude
llenar con otra cosa. Es la rabia del boceto que se tiñe de fracaso y otra vez
la puta suerte de no saber qué escribir. Es toda la sangre que hierve nada más
que para seguir alimentando una rutina cada vez más histriónica y absurda. Y
después, una mañana anhelada que nunca se sabe cuándo llega, amanecer
sonriéndole al olvido; al olvido de toda esta peste. Y celebrar la vida, y
también la muerte. Pero sobre todo a la muerte. Mentiría el que dijera que la
risa no le ha costado un funeral.
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