No hay una canción
para adiestrar
a la bestia ansiedad
de estos años encima.
El porvenir, lejano,
se burla de este esfuerzo de buscarme.
Del otro lado del camino
no estarán siquiera mis restos
festejándome el pasaje.
Es la condena de impuntualidad
a los mejores espectáculos,
y llegar de puro instinto cuando la verdad se ha ido.
Son otra vez los mismos oasis del tedio
tendiéndome en la sombra
entre la que fue de mí,
estandarte de ocasos e ilusiones,
y la que fuera mi otra,
anhelo constante de abarrotar el tiempo,
invitarlo tal vez a bailar una milonga del desastre,
poblarlo de desacuerdos y reinvenciones.
Volver a encontrarlo pletórico de sentido,
como algo más que un atravesar constante y absurdo,
en una esquina cualquiera de mi barrio.
Y pudiera ser yo, de una vez y para siempre,
quien le cante jaque mate en esa esquina.
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