Ni con todo
el dolor remolino,
el pecho desgarrado
por la que sea tal vez
certidumbre única,
ni con todo ello
me basta
para encontrar el verso fértil
que llegue hasta vos
y te remueva
hasta el torrente último de sangre,
esa que reverbera
sólo por las certidumbres
-porque sabemos que son pocas-.
Certidumbre que recibas
con la misma ternura y osadía
con la que te entregás al río,
y que en su vibrato de intuiciones
te llame como te llamo
para que vuelvas a mis brazos
que te esperan
constantes
cada noche.
Una tras otra
siento el irrefrenable caudal de ausencia
y me desgajo
como un fruto maduro
que no se quiere desprender
de su tallo vital.
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