Sobreviene una vez más
la angustia existencial
sin nombre único,
común denominador
y múltiplo
de mis inestabilidades magma.
Algo agudo allí te invoca,
ya nadie entra por la puerta de emergencia.
Ahora sos el hombre de las manos cansadas,
tu verso se posa en cualquier lado
menos sobre mí.
Aún con todo
en el desfile de nuestras calamidades
y evocaciones de
-si acaso queda-
nuestra mejor versión intermitente,
buscan mirarte las locas.
Una es la que amás
y otra es la que temés.
Es igual,
para vos son veredas separadas.
Ya no hay puente
ni templo posible.
Todos buscan en su Parnaso al dios,
nadie lo encuentra.
De pura suerte, ciegos de luz,
descienden otra vez a su caverna.
Y el oráculo responde gnóthi seautón.
No hay más caso.
Mi árbitro interior
le cobra su falta
a este febrero:
He aquí que todavía me interpelo
mientras escarbo gusanos del tiempo.
A quién amás ahora que amaste?
Y esta compulsión a la repetición
abdica en la sola remembranza
de lucidez hiriente:
no se puede amar
y tener miedo.
Entonces creo
que alguna vez lo supe
con una claridad
que fue tantas veces bruma:
con el amor no alcanza.
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