Yo que sólo he sido
constante en mi inconstancia,
le pregunto una vez más a la noche
si esta compulsión
involuntaria tantas veces
por el agostado insomnio
nace de una sepulcral
pulsión de fuga
a la que no puedo
ofrendarle
más que monumentos
del desamparo.
Soy la primera desertora
no confesa,
no ante la autoridad de nadie,
sino ante el irremediable
escrutinio de la Otra,
esa imposible de mí
que nos machaca a las dos,
esa traidora de sueños
a plazo fijo
que en las mejores noches
fundó patrias lejanas
prometiéndose alcanzar un día
algo más que una entrada triunfal
por los arcos de la resignación.
A quién mendigarle
la moneda del consuelo?
De nuevo la cercanía
promulga sus terremotos:
la Otra, implacable,
se resiste a echarme encima
una mirada de ternura.
Quisiera decirle que la necesito hermana
y entonces hostil responde
que aún la sangre se subleva.
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